Soy Antonio Cinese, tengo 60 años, trabajo en una Universidad.
El ajedrez llegó a mi vida mientras cursaba la escuela primaria. El director de mi escuela una vez por semana llegaba al aula con un tablero hecho en una chapa y con piezas de madera hechas a mano con imán. En esas rudimentarias clases aprendí el movimiento de las piezas.
Era una época en la que en cualquier librería se podía acceder a libros de ajedrez (así compré la colección Escaques) y en cualquier quiosco de diarios se podían encontrar diferentes revistas de ajedrez nacionales o importadas.
Todo estaba muy incentivado por el enfrentamiento de Bobby Fischer con los grandes maestros rusos y por el match por el campeonato mundial en Reikiavik.
Recuerdo haber comprado libros y revistas pero cualquiera que tuvo alguno en sus manos sabe que, sin ayuda de un profesor, es extremadamente difícil seguir las variantes y variantes de variantes que uno encuentra en esas publicaciones.
También recuerdo haber concurrido a algún club de ajedrez pero con experiencia negativa ya que no ofrecían clases para adultos, aunque en esa época era un adolescente, sino que había que mirar como jugaban los que sabían y ponerse a jugar. Esto era casi imposible porque apenas sabía mover las piezas y los jugadores más avanzados no querían perder el tiempo con un novato. No puedo decir que esto sucedía en todos los clubes pero fue la experiencia que viví.
Los años pasaron y a pesar de que intenté volver a jugar, más bien a aprender, ya no tenía el tiempo necesario entre el estudio, el trabajo y la familia. Además una de las cosas que uno tiene que aprender, y que un maestro enseña, es que perder al final del camino es también ganar ya que de las partidas perdidas es de donde hay que sacar experiencia. En mi caso eran decepciones.
Hace dos años a través de las redes sociales, llegué a las clases para adultos que se imparten en el Club Argentino de Ajedrez y a conocer al maestro Guillermo Llanos quien desde el primer momento puso toda su experiencia, capacidad docente y, sobre todo, su paciencia a que no sólo sepa mover las piezas sino también a “pensar” en ajedrez.
Así aprendí a pensar en forma lógica el por qué mover una
u otra pieza y sus consecuencias, a perder y sacar redito de esto y a superarme
día a día.
Viendo todo retrospectivamente, el ajedrez estuvo presente en mi vida desde mi niñez pero también debo reconocer que el ajedrez en forma profesional no tuvo cabida en la misma porque, entre otras cosas, no tuve el fuego que motivó a los grandes jugadores a poner este juego por encima de todo.
Por otra parte tampoco tuve a mi lado a la persona, o no la encontré o no la supe buscar, que me indicara el camino para descubrir este maravilloso mundo de los escaques y los trebejos.
Soy consciente que los novatos podemos hacer perder la paciencia a un maestro, hay que recordar los minutos de silencio que hubo después de decirte “hay mate en uno” y que uno como un ciego no ve, y también que las formas y la predisposición de un maestro pueden terminar con las expectativas de un novato.
El ajedrez a esta altura de mi vida, no es sólo esparcimiento. El tiempo que estoy frente al tablero, tengo mis años y todavía me gusta sentir en mis dedos la madera y el peso de las piezas, es tiempo que estoy conmigo mismo y con esas pequeñas células grises que manejan todo y que pretendo que sigan muy activas el resto de mi vida.
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